miércoles, 6 de septiembre de 2017

Cine, filosofías y revoluciones

Isabelle Waldberg, Repertorio de las ideas, c. 1968

Tres nuevos tomos de “Surréaliste” la colección dirigida por Georges Sebbag en Jean-Michel Place, acaban de aparecer. Son los dedicados a las Filosofías, las Revoluciones y el Cine.
El más interesante de estos volúmenes, al menos por lo que se refiere al estudio que incluye, es el que ha hecho el propio Sebbag, sobre la filosofía y el surrealismo. Dividido en cuatro secciones, que son “No hay nada incomprensible” (lo que significa que se comienza bajo el signo de Isidore Ducasse), “De Heráclito a Nietzsche”, “El superracionalismo” y “El asunto Heidegger”, concluye con estas palabras: “Existe un proyecto filosófico surrealista que se traduce en una elección de vida, pero que se expresa también por una profusión de conceptos inventados, de sentencias recalcadas, de intuiciones geniales asumidas”.
El dedicado al surrealismo y la revolución es obra de Mark Polizotti, que se ha hecho famoso por una biografía de Breton calificada por Fritz Erik Hoevels, en la demoledora reseña que le hizo a la traducción alemana, de “ladrillo pedante y rencoroso”. Pero la selección de textos guarda el nivel del resto de los volúmenes y solo en la nota final se derrapa, la inicial cumpliendo en cambio bien su función.
El volumen cinematográfico está a cargo de Dominique Rabourdin, y es el más vulnerable, aparte coincidir en el propósito antológico con The shadow and its shadow, de Paul Hammond, que en 2000 ya iba por su tercera edición. Aunque nada más fácil que señalarle ausencias a una antología de cualquier tipo o a un panorama histórico, aquí son quizás demasiado abundantes: Svankmajer, Svab, Vachek, Marek, Effenberger, Istler, Simpson, Paranaguá, Lenica, De Sanctis, Freddie, Morris, Lye, Cornell (todas, o casi todas ellas en el período acotado por la colección). Centrándose sobre todo en Francia, Rabourdin dedica una nota final a los belgas, pero aún así en la que no se habla ni de Storck ni de Moerman. Lástima, porque su trabajo es como siempre muy fino. Entre los textos, leí por primera vez los de Gérard Legrand y Georges Goldfayn pertenecientes al n. 3-4 de L’Âge du Cinéma.
Prosigue esta útil colección su singladura, restando por aparecer los tomos de encuestas, poesía, arquitectura, fotografía y revistas.